jueves, 20 de agosto de 2020

130 Aniversario de H.P. Lovecraft

Tal día como hoy, un 20 de agosto de 1890 a las nueve de la mañana, nació Howard Philips Lovecraft en Providence. El maestro del terror del siglo XX que murió con grandes penas económicas y del que hoy en día todo el mundo habla.



Además de compartir espacio en las revistas pulp, principalmente en Weird Tales, Robert E. Howard y el escritor de Providence forjaron una intensa amistad epistolar. El texano defendía la vuelta a la barbarie, a los orígenes, mientras que Lovecraft se inclinaba (deseaba) por el estado civilizado de la humanidad. 


Ambos se leían y se comentaban entre otras conversaciones por lo que no es de extrañar, por tanto, que un buen número de relatos de Conan estén imbuidos por un halo de Terror Cósmico.

No olvidemos tampoco que R.E.Howard escribió "La Piedra Negra" un gran relato perteneciente a "Los Mitos de Cthulhu".


Así pues, por todo esto y mucho más H.P. Lovecraft siempre tendrá también su oscuro rincón en La Ira de Crom.


Feliz 130 Aniversario Howard Philips Lovecraft.

sábado, 8 de agosto de 2020

Leyendas de Hyboria III: El Altar.

El desierto estigio, en un ocre atardecer, destilaba una soledad que envolvía a todo aquel que osaba penetrar en sus vastos dominios. El avance del jinete era pesado, envuelto en un sopor que parecía surgir de la propia arena. La misma montura, tan enérgica en tantas otras ocasiones, se encontraba sumida en sus pensamientos equinos, y sin levantar la cabeza más de lo imprescindible, mantenía un paso lento.


El jinete miró a lo lejos, intentado distinguir algún movimiento, alguna pista, pero fue en vano. Todo el paisaje era un terreno yermo, con algunos rastros de vegetación marchita aquí y allá. Lo único que rompía la monotonía de la vista era un pequeño montículo de piedra oscura, coronado por varios monolitos de gran tamaño. No había otro lugar en el que podría haberse escondido su presa y hacia allí se dirigió.

La oscuridad del lugar era desconcertante, era una negrura que no parecía atrapar la luz, más bien era ella misma la que se irradiaba desde la piedra, envolviendo a sus visitantes, haciéndoles tener la impresión de haber viajado a otro mundo o a otro tiempo.

Por un momento, el caballo levantó la cabeza e intentó ver lo que le rodeaba, pero un firme tirón de las riendas y una palmada en el recio cuello volvieron a sumirlo en el estado de calma anterior.


El jinete se acercó con cautela y desmontó mientras mantenía una mano cerca de su espada. Las suelas de sus sandalias apenas si rompieron la quietud del lugar. No hubo polvo que se elevase bajo ellas. Escuchó con atención, pero sólo la respiración de su montura y el lejano susurro del viento sobre las dunas llegaron hasta él.

Su cuerpo era joven y delgado, aunque en su interior palpitaba una fuerza que era visible para todos los que se le acercaban, una fuerza que surgía de una voluntad de hierro. La piel morena, aunque ese no era su estado natural, estaba marcada de antiguas heridas ya cicatrizadas. Era un hombre del norte, curtido por el sol en el lejano sur, donde sus ansias de riquezas y libertad podían verse satisfechas si uno tenía la suficiente ambición. Y él la tenía.


El pelo largo estaba recogido tras su nuca y caía sobre su espalda con descuido. Unos ojos azules observaban todo a su alrededor con una fiereza más propia de un gran león cazador que de un hombre.

Su mirada encontró lo que buscaba mientras rodeaba la roca. En esta ocasión no buscaba joyas, ni oro que robar. En la cima del montículo, sobre un pequeño altar de la misma piedra, yacía un cuerpo inmóvil. El pelo rubio de la mujer era mecido por un viento casi sin fuerzas, dejando a veces entrever la cara de la joven que estaba intentando encontrar. Sus ojos sin vida miraban hacia un cielo que ya comenzaba a poblarse de antiguas estrellas y un charco de sangre junto a su costado narraba el fin de aquella vida.

El guerrero se acercó, y dando una patada al cuchillo que había cerca del cuerpo, le tocó la cara con delicadeza.  Mostró sus dientes, apretados con fuerza, y sin emitir un solo ruido desenvainó la espada y buscó una forma de entrar.

- Bienvenido a mi pequeño reino, querido amigo.
Una figura surgió de entre las sombras, ¿Cómo era posible no haberlo visto?

- Ha sido un reencuentro de lo más triste ¿Verdad? Seguro que Mica no esperaba acabar así, pero finalmente ha cumplido su sueño. Servir a un propósito mayor. El mío.

La risa del pequeño hombrecito era un burdo intento de hacer desbordar la tormenta que crecía en el interior del norteño y su resultado fue todo lo contrario, hizo su mirada aún más fría. Los propios leones lo habrían temido.

- Ya te dije, querido amigo, que un día serías tú el que me temerías y ese día ha llegado. Con el regalo de Mica, he conseguido un poder con el que nadie podrá rivalizar, y eso es algo que pronto podrás comprobar.


Las manos del hombrecito se movieron con rapidez, ejecutando un signo arcano desconocido para la mayoría de los mortales, pero no así para el guerrero. Sus ojos se cerraron aún más, alerta ante el peligro que sabía que se acercaba.

De entre las sombras, o de entre la arena, no podía estar seguro, surgieron dos figuras que avanzaron con lentitud. La falta de velocidad no parecía venir de la cautela, más bien era como si se estuviesen acostumbrando a usar sus músculos de nuevo, como si hubiesen estado dormidos durante mucho tiempo. Las armaduras que llevaban eran antiguas, de un tipo que el soldado no había visto en sus viajes. El cuero aparecía desgastado y los remaches y las partes metálicas, ajadas y deslucidas, hacía tiempo que habían dejado de tener utilidad. El equipo era más un estorbo que una protección.

Los soldados contrarios desenvainaron con lentitud sus espadas, viejas y oxidadas, e intentaron rodear al guerrero. Unos ojos sin párpados lo observaban sin emociones, mientras lenguas delgadas y bífidas se asomaban con rapidez entre sus labios, para volver a la húmeda oscuridad de la boca con la misma presteza.

De los labios del guerrero sólo surgieron estas palabras – Ka nama kaa lajerama- 

Al oír esta frase, el encuentro se precipitó cuando los dos guerreros se lanzaron sobre él. La apariencia de antiguos soldados había desaparecido, como arrastrada por el viento, dejando a la vista otra forma muy distinta. La ropa había sido sustituida por una piel de reptil, brillante y quitinosa, que apenas reflejaba la luz que quedaba en el cielo. Sus caras, que habían sido apagadas y sin vida, se veían ahora devoradas por el odio tras haber sido puestos al descubierto. Sólo las pequeñas lenguas de serpientes se mantenían en los nuevos cuerpos.


El guerrero no esperó el impacto de sus enemigos sino que se lanzó hacía ellos, eligiendo al guerrero que tenía más cerca. Sus espadas se cruzaron, describiendo un gran arco. La fuerza del guerrero partió la vieja espada del hombre serpiente, que retrocedió levantando la empuñadura cuando la espada de su contrario le alcanzó en el cuello, matándolo casi al momento.

No hubo tiempo para recomponerse, el otro hombre serpiente llegó junto a él casi al momento en el que caía su hermano y lanzó un tajo de arriba hacia abajo, intentando usar su espada como un hacha. El guerrero sólo tuvo tiempo de levantar su otro brazo e intentar detener el golpe con el brazal de bronce que llevaba. El ataque resbaló por el brazo, salvando su cabeza pero alcanzándolo en el hombro con dureza, dejándole la extremidad casi inútil. Con la espada de su enemigo abajo tras el golpe, hundió la suya en el estómago de su enemigo, haciéndolo emitir un siseo que pronto acabó en un gorgoteo mientras moría bajo el hierro. El último hombre serpiente le arrancó la espada de sus manos al caer al suelo, arrastrando  al guerrero con él.


- Vaya, vaya. Parece que hay poco más que puedas hacer. –dijo el hombrecito-  Ahora no eres tan fiero, herido y sin armas. Ahí tirado en el suelo, como un perro. Si Mica pudiera vert…ajjjjj…

La daga con la que se había realizado el sacrificio, sobresalía de la garganta del hombre muerto, que ahora miraba hacia el cielo, aún con un remedo de sonrisa en su cara.

Qué extraño poder era aquel que había puesto el arma bajo su mano al caer, era algo que el guerrero jamás sabría. O tal vez todo había sido suerte, al arrastrarlo el guerrero enemigo justo al lugar hacia el que había pateado la oscura cuchilla. Eran preguntas que pasaron por un momento por su cabeza, pero que descartó al momento. No era una persona dada a esos extraños pensamientos.

Recogió el cuerpo de la muchacha y fue hacia su caballo, que seguía donde lo había dejado. La puso encima con suavidad y partió hacia la pequeña ciudad de la que había venido. No volvió la vista hacia atrás.

Alpha Librae.


¿Os ha gustado la tercera Leyenda de Hyboria? Hasta el lejano sur, a los malditos desiertos estigios nos ha conducido ¡Por Crom!¡Gracias Alpha Librae por tu relato!

Si quereis participar recordad que podéis enviar vuestros relatos (entre 2000 y 2500 palabras como máximo a ser posible) de Espada y Brujería en la Era Hyboria a: lairadecrom@gmail.com

Si llegamos a 12 relatos enviados por los lectores sortearemos entre los participantes el juego de cartas de "Conan" de la editorial EDGE. ¡Escribid, malditos civilizados!
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