Siempre rodeado de libros. |
Un año más qué mejor manera que celebrarlo que leyendo algo del visionario escritor de Providence. Y como no es cuestión de dejar por aquí uno de sus relatos, sí tienen más cabida algunos de sus poemas que pierden bastante en la traducción pero no en el contenido y atmósfera.
La colina de Zamán.
La gran colina se alzaba junto al viejo pueblo,
una mole contra el final de la calle mayor;
Vverde, alta y boscosa, dominaba sombríamente
el campanario del recodo de la carretera.
Doscientos años antes corrían rumores
sobre lo que ocurría en aquella ladera evitada por el hombre…
Historias de ciervos o pájaros extrañamente mutilados
o de niños perdidos cuyos padres habían abandonado toda esperanza.
Un día el cartero no encontró el pueblo donde solía
y nadie volvió a ver sus habitantes ni sus casas;
la gente venía de Aylesbury y se quedaba mirando…
Pero todos decían al cartero que a buen seguro
estaba loco por contar que había alcanzado a ver
los ojos glotones de la gran colina y sus fauces abiertas de par en par.
El Aullador.
Me dijeron que no fuese por el sendero de Brigg’s Hill,
que había sido antaño la carretera de Zoar,
pues Goody Watkins, ahorcado en mil setecientos cuatro,
había dejado allí algún vástago monstruoso.
Pero cuando desobedecí, y tuve ante mí
la quinta cubierta de hiedra junto a la gran ladera rocosa,
no pensé en olmos ni en sogas de cáñamo,
si no que me pregunté por qué la casa parecía aún tan nueva.
Me había detenido a contemplar el crepúsculo
y oía débiles aullidos que parecían venir del piso superior,
cuando la hiedra que cubría los cristales dejó pasar
un rayo de sol poniente que cogió por sorpresa al aullador.
Llegué a verlo… y huí frenéticamente de aquel lugar
y de aquella criatura con cuatro patas y rostro humano.
NYARLATHOTEP.
Y al fin vino del interior de Egipto
el extraño Oscuro ante el que se inclinaban los fellás;
silencioso, descarnado, enigmáticamente altivo
y envuelto en telas rojas como las llamas del sol poniente.
A su alrededor se apretaban las masas, ansiosas de sus órdenes,
pero al marcharse no podían repetir lo que habían oido;
mientras por las naciones se propagaba la pavorosa noticia
de que las bestias salvajes le seguían lamiéndole las manos.
Pronto comenzó en el mar un nacimiento pernicioso;
tierras olvidadas con agujas de oro cubiertas de algas;
se abrió el suelo y auroras furiosas se abatieron
sobre las estremecidas ciudadelas de los hombres.
Entonces, aplastando lo que había moldeado por juego,
el Caos idiota barrió el polvo de la Tierra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario